Hace algunas semanas, en un
encuentro con estudiantes de un MBA en Madrid, se me ocurrió preguntar cuántos
de ellos querrían montar su propia empresa.
Ésta es una pregunta que realizo
desde hace años con cierta frecuencia, y con resultado dispar. Me he encontrado
de todo: desde curiosos casos en auditorios donde cientos de personas se
levantan y vociferan declarando su vocación por convertirse antes en funcionarios,
hasta auditorios mixtos.
El otro día uno de los chicos del
MBA me dio una respuesta que me dejó pensativo. Razonó que él acabará
emprendiendo y creando su propia empresa, que lo tiene claro, pero que será más
adelante, no por ahora, ya que aún no había encontrado esa idea genial. Me dijo
que al terminar en unos meses el Master buscará trabajo por cuenta ajena y, más
adelante, cuando aparezca esa idea, se lanzará a "montar algo por su
cuenta".
No sé si hay mucha gente con este
tipo de planteamientos. Lo que sí sé es que si esperas una idea genial y
diferencial que cambie el mundo, tengo malas noticias para ti: es muy posible
que jamás llegue y nunca hagas nada. Me parece bien querer ser funcionario, o
autónomo, o empresario, o trabajar en una multinacional. Todo vale. Lo que
supone un verdadero error es engañarse a sí mismo y justificarse en la espera
de una conjunción astral ―que no ocurrirá, os lo aseguro― ante el miedo
escénico de lanzarse a emprender.
Encontrar justificaciones resulta
absurdo. Si no te atreves o esperas que ocurra algo excepcional, nunca lo
intentarás. En ese caso es mejor no malgastar energías engañándote a ti mismo y
creyendo que harás algo, y así poder centrarte al 100% en tus auténticos
objetivos (que son igualmente válidos y lícitos).
Tal vez por la moda de emprender,
palabra que empieza a parecer algo desgastada en boca de empresarios,
banqueros, políticos y charlatanes, todo el mundo "ve bien" no cerrar
esa ventana, ya que socialmente parece estar bien visto. Me parece absurdo.
En el lado contrario al de este
alumno del MBA, tengo un compañero de colegio que, ya cuando estudiábamos en la "promo" hace la pila de años y yo le decía que quería abrir mi primera empresa, me
decía abiertamente que él "para eso no servía". Aunque yo le intentara
razonar las bondades de no depender de terceros, me insistía en que "se
conocía muy bien, y eso no era lo suyo". Veinte años más tarde le miro, le
veo feliz en su trabajo y con su familia, recordamos esa conversación y me
rindo a la evidencia: tenía toda la razón. Él era el que mejor se conocía, y
desde luego eligió su mejor camino, que era diferente al mío.
Uno puede ser lo que sea y lo que
quiera. Nadie es quién para juzgarlo. Aún así, creo que engañarse a sí mismo es
un esfuerzo inútil, especialmente en un momento en el que se precisan todos los
esfuerzos posibles para salir adelante.
Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña