viernes, 4 de mayo de 2012

Mario de D J a Sacerdote.


Entrevista:
Mario Pagani, 54 años, nació en San Miguel (Argentina). Como ingeniero, ha trabajado 18 años en Bolivia, dirigiendo dos ONG en La Paz especializadas en la ayuda a campesinos y Aymaras del altiplano. Y en Santa Cruz comenzó los cursos de Orientación Familiar conocidos como A3F, este 5 de Mayo será ordenado sacerdote de la Iglesia Católica

Mario Pagani de diácono.
¿Cómo afrontas la ordenación?
Con agradecimiento a Dios. Al echar la mirada atrás, veo que en mi vida el Señor me ha ido poniendo señales, para que yo las siguiera y recorriera su camino. Ahora, como sacerdote, me pregunto: ¿cómo he llegado hasta aquí? Y no puedo evitar que me vengan a la cabeza diversos flashes del pasado: los tirones que Dios me daba para atraerme hacia Él.

¿Cuál es el primer flash?
Cuando era un adolescente un poco alocado, fui descubriendo el mundo –junto con amigos como Luis, un compañero del colegio La Salle y el Negro, un amigo del barrio–. A esa edad percibes, por ejemplo, que existen las chicas, que el amor humano es algo grande. Al mismo tiempo, alguien me enseñó a rezar el rosario, a tratar a la Virgen María. Percibí que mi corazón se podía ir llenando a la vez de muchas cosas, también de las de Dios.
Mario Charlando con el jardinero

¿Y después?
Un segundo paso hacia Dios ocurre en una época en que trabajaba como disc jockey en la discoteca VIP, junto con Pepe y Jorge, dos grandes amigos. Por aquella época practicaba la fe con más regularidad: iba a misa casi todos los domingos. Y allí, entre una canción y otra, un día que había poca gente, uno de mis amigos me hizo una pregunta inesperada: “Mario, explícame el Padrenuestro”, me dijo Juan Carlos. Aquello me dio que pensar: ¡estábamos en el lugar más divertido de la ciudad, y sin embargo no bastaba! La gente seguía inquieta, buscando la felicidad en las actividades más normales.

Luego empezó la etapa de trabajo en Bolivia
Sí, empecé a dar clases en un colegio en un colegio recién inaugurado. Ya desde mi etapa en la universidad pertenecía al Opus Dei, y sentía la urgencia de hablar de la fe a mis compañeros. Cuando inicié mi trabajo como profesor, me di cuenta de que las dudas sobre Dios y sobre la relación con los demás están muy presentes en los chicos. Por su cuenta, me abrían su corazón y podía ver en ellos la misma sed de Dios que yo había probado. Aquello era otra señal: sin la gracia de Dios, nos faltará siempre algo para ser felices.

¿Más flashes?
Sí, claro: tuve la fortuna de compatibilizar la enseñanza escolar con proyectos de desarrollo agropecuario de formación juvenil y familiar.
En el altiplano boliviano, muchos agricultores no obtienen buenas cosechas por falta de conocimientos agrícolas, de sistemas de riego, etcétera. Así que varias personas pusimos en marcha la ONG Ayni, que en aimara significa “ayuda mancomunada”. Se trataba de que los agricultores, con nuestro consejo y diseñando juntos los proyectos que necesitaban, se ayudasen entre sí en beneficio de todos. Después, procurábamos conseguir parte del financiamiento para realizarlo.

Con familias de Santa Cruz en Roma
También en Santa Cruz comenzamos lo que es ahora el centro cultural Sutó, con charlas a profesionales y a  jóvenes estudiantes. Comenzamos los cursos  orientación familiar, lo que es ahora una de las organizaciones más importantes del país en este importante tema Asociación de Familias Formando Familias A3F que ya se ha extendido a La Paz y Cochabamba.




¿Y de ahí al sacerdocio?
Yo pensaba que para ayudar a los aymaras bastaba cubrir cinco necesidades básicas: salud, agua, educación, electricidad y caminos. Y sin embargo, me sorprendió saber que algunos subían solos a los cerros y, en lo más alto, rezaban dos, tres horas. Contaban al cielo lo que llevaban dentro: sus desilusiones, sus alegrías, sus penas, sus esperanzas... ¡Tenían una necesidad básica: la vida interior! Y ahí, mi trabajo como ingeniero tenía sus límites. En cambio, como sacerdote, será Dios quien les ayude a través de mí.
 Ordenación  de diácono

¿Cómo?
Dios quiere que hagamos llegar a otra mucha gente la felicidad que Él transmite. Eso es lo que deseo como sacerdote: repartir entre los hombres los regalos que el Señor distribuye a través de sus sacerdotes y procurar que ellos se preparen lo mejor posible para aprovechar bien esos regalos.
Así pues, ¿se acabaron las señales?
¡No creo! Con gusto seguiré las pistas que Dios me marque en adelante... ¿Hacia dónde? Hacia donde Él quiera.