RESUMEN “Porta Fidei" (la puerta de la fe) EN 25 PUNTOS DE LA
CARTA de Benedicto XVI anunciando el Año de la Fe.
1.«La puerta de la fe» (cf. Hch
14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en
su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la
Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que
transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la
vida
La necesidad de la fe ayer, hoy y siempre
2.- Profesar la fe en la Trinidad
–Padre, Hijo y Espíritu Santo –equivale a creer en un solo Dios que es Amor
(cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo
para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y
resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a
través de os siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
3.- Sucede hoy con frecuencia que
los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y
políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como
un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece
como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado
era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su
referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no
parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una
profunda crisis de fe que afecta a muchas personas. No podemos dejar que la sal
se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la
samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de
acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer
el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).
4.- Debemos descubrir de nuevo el
gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la
Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus
discípulos (cf. Jn 6, 51). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para
poder llegar de modo definitivo a la salvación.
Vigencia y valor del Concilio Vaticano II
5- Las enseñanzas del Concilio
Vaticano II, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor
ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos
y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la
Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el
Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo
XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en
el camino del siglo que comienza». Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que
dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor
de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede
ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre
necesaria de la Iglesia».
La renovación de la Iglesia es cuestión de fe
6. La renovación de la Iglesia
pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con
su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a
hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.
7.- En esta perspectiva, el Año
de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor,
único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha
revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de
vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol
Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida.
La fe crece creyendo
8. «Caritas Christi urget nos» (2
Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a
evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para
proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su
amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo
tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un
mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso
eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir
la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.
9.- La fe, en efecto, crece
cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como
experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en
la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y
la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su
Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se
fortalecen creyendo».
Profesar, celebrar y testimoniar la fe públicamente
10.- Redescubrir los contenidos
de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo
acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer
propio, sobre todo en este Año.
11.- El cristiano no puede pensar
nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor
para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por
las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige
también la responsabilidad social de lo que se cree.
12.- No podemos olvidar que
muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el
don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de
su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe,
porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La
misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale
y permanece siempre.
La utilidad del Catecismo de la Iglesia Católica
13. Para acceder a un
conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el
Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno
de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II.
14.- Precisamente en este
horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para
redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados
sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.
15.- En su misma estructura, el
Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar
los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que
todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que
vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la
vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la
construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de
fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio
de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida
moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la
liturgia y la oración.
16. Así, pues, el Catecismo de la
Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la
fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos,
tan importante en nuestro contexto cultural.
17.- Para ello, he invitado a la
Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios
competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la
Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de
la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.
18.- La fe está sometida más que
en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de
mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al
de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo
de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto
alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad.
Recorrer y reactualizar la historia de la fe
19. A lo largo de este Año, será
decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio
insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero
pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido
para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de
su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión,
con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de
todos.
20.- Durante este tiempo,
tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb
12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón
humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor,
la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el
vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación,
de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para
transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por
nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado
los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.
No hay fe sin caridad, no hay caridad sin fe
21.-. El Año de la fe será
también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad.
San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad,
estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras
aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago
dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene
obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos
y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: "Id en paz,
abrigaos y saciaos", pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué
sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro.
Pero alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya
sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe"» (St 2, 14-18).
22.- La fe sin la caridad no da
fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la
duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la
otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor
a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender
y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el
rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden
nuestro amor el rostro del Señor resucitado es compañera de vida que nos
permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por
nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual,
nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de
Cristo resucitado en el mundo.
Lo que el mundo necesita son testigos de la fe
23.- Lo que el mundo necesita hoy
de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente
y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la
mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.
24.- «Que la Palabra del Señor
siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada
vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la
certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.
25.- Las palabras del apóstol
Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis,
aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la
autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero,
se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de
Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en
él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de
vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los
cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos
han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en
nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz
consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el
misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf.Col 1, 24),
son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy
débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza
que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos
encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc
11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él
como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.