Tiempos de crisis mundiales, tiempos de cambios, tiempos de revoluciones, tiempos de oportunidades. No importa desde dónde lo miremos, los tiempos actuales son turbulentos. En el marco de esta coyuntura que nos toca vivir, el papa Benedicto XVI ha convocado a todos los fieles a vivir un año de la fe que comenzará el próximo 11 de octubre.
Un año para redescubrir nuestra fe, para renovar nuestra fe.
Renovar nuestra fe para darnos cuenta de que no es una fe abstracta reservada para determinados ámbitos como el templo, sino una fe que nos llama a empapar nuestros quehaceres más cotidianos. Esa fe cuyos fundamentos se encuentran en una persona viva que tiene un cuerpo, unos ojos con los que nos ve, unos oídos con los que nos oye, que se llama Jesús. Esa fe en Cristo nos invita a renovarnos y creer que somos capaces de amar, un don que nos hace humanos y divinos al mismo tiempo. Fe que nos une y que nos lleva a creer con la firme convicción de que es posible hacer un mundo más justo, pacífico e igualitario. Renovar nuestra fe es renovarnos a nosotros mismos, que es la manera de comenzar a renovar la sociedad, la cultura, la economía y toda la realidad en la que estamos situados, en donde queremos que reine el amor. Como dice Benedicto XVI en su carta apostólica Porta Fidei, hemos de “redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada”.
Esta fe que es al mismo tiempo rica y variada en carismas dentro de la misma Iglesia, que se puede plasmar en lo más material de nuestra vivencia ordinaria para dar paso a una vida más humana, más plena, más digna; es la misma que nos llama a pensar en los demás, a servir y ocuparnos del “otro”, principalmente del marginado y el olvidado. Porque creer en Cristo conlleva este darse a los demás sin reservas.
No faltan ejemplos de contemporáneos nuestros que nos llevan a ver que este ideal es posible. Juan Pablo II, la madre Teresa, Robert Schuman (uno de los fundadores de la UE), Gianna Beretta Molla (madre de familia) y muchos otros son testimonios de esta fe, encarnada en la vida de estos santos que han producido verdaderos terremotos espirituales en las personas de su tiempo, de nuestro tiempo; que nos invitan a renovar nuestra fe como ejemplos vivos del mismo Cristo.
La figura que desearía evocar ahora es la de San Josemaría Escrivá.
En palabras de Juan Pablo II, “San Josemaría fue elegido por el Señor para anunciar la llamada universal a la santidad y para indicar que la vida de todos los días, las actividades comunes, son camino de santificación. Se podría decir que fue el santo de lo ordinario. En efecto, estaba convencido de que para quien vive en una perspectiva de fe, todo ofrece ocasión de un encuentro con Dios, todo se convierte en estímulo para la oración”.
Comunicar la fe con toda su belleza es uno de los afanes que transmitía San Josemaría. Siguiendo su ejemplo, hay personas de todas las condiciones que pedimos a Dios, como reza la oración de la estampa de su devoción, que seamos verdaderas luminarias de la fe y del amor. Al menos el pequeño resplandor que necesitan quienes tienen dificultades en su vida de fe o que aún están en una angustiosa búsqueda de alguien que esté siempre dispuesto a valorarlo más allá de su “productividad” o de sus méritos, y que desee abrazarlo y compartir el banquete del que habla Jesús en tantas ocasiones. “La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo”, dice Benedicto XVI.
Jesús no fundó una Iglesia juzgadora, sino una Iglesia que es madre de pecadores.
Celebramos el 26 de junio la fiesta de Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, institución de la Iglesia Católica que busca difundir el mensaje de que todos los hombres y mujeres pueden encontrar a Dios en medio de sus actividades cotidianas, sirviendo con alegría a la sociedad, tratando de ser cada día mejores personas.
Un mensaje que nos invita a renovar nuestra fe para vivirla con obras: como decía San Josemaría: “Obras son amores y no buenas razones”. Vivir la fe en todas nuestras circunstancias, hasta en las que nos pueden resultar en apariencia más pequeñas es algo que se puede aprender, y que, con los pequeños esfuerzos que somos capaces de hacer, acaba invadiendo dulcemente nuestra existencia y la de quienes tenemos a nuestro lado.
Diego Piccardo es vicario del Opus Dei en Bolivia.